RIO/OIR

Espacio para reflexionar acerca de nuestra historia, desde el permanente fracaso de este proyecto de país, o más bien, de este paisaje que intenta convertirse en un país. Rio oir por que el río Mapocho marca nuestro devenir histórico. Porque el rio es nuestro espejo. Porque nos susurra nuestras miserias y fracasos. Ahi va.

Thursday, February 23, 2006

Historia de la muerte en Santiago de Chile

RIO
OIR

Memoria de la muerte en Santiago del Nuevo Extremo.



I.

El verde esta vivo.
¿Por qué el olor se olvida?
¿Cómo registrar la brisa?

Arrayanes, Peumos y Algarrobos
coronan la vista desde lo alto
del Huelen.
Un aire seco se instala en nuestra memoria.

Cuentan que a la llegada de los huincas,
una machi
mandó a esconder el corazón del Mapocho.
Una mujer y un hombre,
corrieron de noche.

Desde ahí,
el río guarda la memoria de los primeros habitantes de la ciudad,
bautizada en honor al apóstol Santiago.

El valle del Mapocho.
Cerro el Plomo.
En la Precordillera;
Ñuñoé y Tobalaba.

He aquí el relato
de los hechos que se sucedieron después de la llegada de los antiguos.
De cómo
los hijos de sus indias
recorrieron el río (la muerte),
en este valle.




Agachados.
Hinchados.
Vueltos y manchados,
sangrantes las heridas de sus grilletes.








































II.

Durante siglos,
el río ha sido el refugio de la otra ciudad.
La que no se mira a los ojos.
Espejo de nuestra memoria.

Seres sin nombre.
Sin lengua.
De todas partes.
De todos los siglos y los siglos.
Juan. Eustaquio. Vladimir. Patricio.
Luis. Juan,
y el Batalla,
muerto debajo del puente Pedro de Valdivia,
en enero del último verano.
Envuelto en las llamas,
de un escape de gas.

Despertó con la garganta cerrada.
Lentamente,
recordó lo suyo.
Lo poco.
Lo nada.
(Por suerte
llegaron tarde.)
Ya muerto
estaba el Batalla.

“La muerte menos temida
da mas vida”
rezaba el escudo de armas del conquistador español.

El Batalla,
quemado,
murió bajo el puente Pedro de Valdivia.
Menor fue su miedo a la muerte.

Nuestra podredumbre,
nuestra miseria,
nuestra desmemoria.
Indiferencia que tanto se parece a la estupidez.

El río, un espejo.
III.

Al principio,
los entierros se hicieron cerca de la plaza Mayor.
Los otros,
en cualquier parte.
Abiertos.
Elevados.
El piso de la ciudad primada, se levanta sobre los huesos aplastados.
Desgastados.

Valdivia,
el don Pedro,
el de los tres amores imposibles.
Si quiere ser gobernador,
debe renunciar al amor secreto.
A su mujer,
la dejo en España,
doña Marina Ortiz de Gaete.
Aquí lo amaban;
Inés de Suarez,
María de Ansío.
Valdivia obedeció.
Casó a María de Ansío con Gonzalo de los Ríos,
a quién le regaló Aconcagua.

De esa unión nació la Quintrala.

Desde la península llegó,
en busca de su esposo
Marina.
Al pisar esta tierra
lloró sola en un rincón.
Lejana y pobre.
Valdivia había desaparecido en Tucapel.

En la Chimba.
Al norte del río,
se enterraron los indígenas que pisaron el adobe
de este Santiago de Nueva Extremadura.

Don Pedro
es muerto a varios días de cabalgata,
al sur del Mapocho:
“Salen los españoles, de tal suerte
que los dientes y las lanzas apretando,
que de cuatro escuadrones, al más fuerte
le van un largo trecho retirando;
hieren, dañan, tropellan, dan muerte,
piernas, brazos, cabezas cercenando:
los bárbaros por esto no se admiran,
antes recuperan el campo y los retiran”

En las lejanías de Tucapel,
el conquistador,
amado cuatro veces,
es abatido por la rabia Mapuche:
“Y Apuntando a Valdivia en el cerebro
descarga un gran bastón de duro enebro”.

“Y el diestro carnicero ejercitado,
el grave y duro mazo levantando,
recio al cogote cóncavo desciende,
y muerto estremeciéndose le tiende;
así el determinado viejo cano
que a Valdivia escuchaba con mal ceño,
ayudándose de una y otra mano,
en alto levantó el ferrado leño:
no hizo el crudo viejo golpe en vano,
que a Valdivia entregó al eterno sueño,
y en el suelo con súbita caída
estremeciendo el cuerpo, dio la vida”.

El fundador de la ciudad del Mapocho
muere inaugurando la vida:
“La muerte menos temida
da mas vida”.

¿Dónde están los restos de Pedro y sus amadas?

Los indios rebeldes
se escondían
en el Pucará de Vitacura.

¿Dónde están esas piedras?

Los Guarpes,
cruzan las montañas a pié pelado.
Cargan en sus espaldas:
Sal,
Ropas,
y Vino.
Siguen la huella
desde Tucumán,
hasta Cuyo.

Junto a ellos,
los Aucas,
prisioneros de sus grilletes,
caminan desde el Bío-bio,
al Mapocho.

Son enterrados,
al poniente de la plaza Mayor.
En el barrio Guangualí,
hoy apóstol San Pablo.
Varios de sus huesos se pudren
bajo la estatua del roto chileno.

Enrredados en las raíces de la plaza Yungay,
hay varios muertos
sin entierro.
Olvidados por mestizos y mestizas.

La luz entra al valle en verano.
El verde inaugura el Sol.

El ruido del río marca el paso del amor mestizo.
Un dolor más grande
“que el hipo de cien perros
botados a morir”.

Por las tardes,
los enamorados reptan por las orillas del Mapocho,
escondiéndose bajo los Arrayanes.
Se prometen amor eterno.

Lentamente
Bajo.
Busco
el vértice
que abre
el tibio chal
que cubre tu alma.

Domingo del señor.
Día de oraciones.
Horas de trabajo para los muertos.

Una hora antes del amanecer,
los indios
“con un alarido tan grande
como ellos lo tienen”
atacan el sur del Mapocho.
Ollas llenas de fuego.
20 caballos caen bajo lenguas de fuego.
Cinco caciques son degollados por una damisela española.
Sus cabezas son clavadas en la empalizada.
Quince horas de pelea,
quedaron en la memoria
de ese once de septiembre de 1541.

La rabia Mapuche
golpea fuerte.

¿Dónde están enterrados los que murieron a manos de Michimalonko
ese Septiembre?

Lautaro en Ercilla gritó:
”!!!Yo juro al infernal poder eterno,
si la muerte en un año no me atierra,
de echar de Chile al español gobierno,
y de sangre empapar toda la tierra¡¡¡.”

Los españoles
ricos y solitarios,
son encajonados en las piedras heladas de la catedral.
Del San Cristóbal y del cerro Blanco,
caminan las piedras pulidas por los huachos
que entierran a sus padres desconocidos.
Los miran a los ojos.
Dejan las tierras en manos de las nuevas viudas ricas.

El río está rodeado de encomiendas.
Cien,
Trescientos.
Diez mil indios por encomendero.

Al morir son arrastrados por las aguas claras del invierno.
Al lado de los que se arrojaron en la primavera del 73.

Amarrados.
Envueltos.
Los deslizaron mar allá.
Su pálidos cuerpos,
hinchados y deformes.
Pesados y flotantes.
Arrastrados y serenos.
Fueron vomitados al océano.
Hicieronse doce veces callados héroes.
Murieron cincuenta mil veces más.
Arrumados por la Sal,
sin huesos,
se transformaron en doce calas de Mar.


























IV.

El río de Pedro de Oña:
"Albergue de holgazanes y baldíos,
a donde el vicio a sus anchuras mora,
y tierra do se come el dulce loto".

La ciudad está de fiesta.
Chichas y chanchos,
son sacrificados por el deseo,
“que es cuando y donde los indios hacen sus borracheras".
Las noches resucitan a orillas de Mapocho:
“por las rancherías y demás bohíos que hay en esta ciudad y fuera della por el cercuito y rededor desta dicha ciudad”

En la Chimba.
El Salto.
Ñuñoé.
Los linderos de las tierras de San Francisco.
Al sur de la Cañada.
Por García Reyes.
Luego Brasil.
En las tierras occidentales del río
"adonde los indios mostraban la disolución de su antigua cultura
y la aniquilación de sus miembros,
sumidos en la miseria,
la promiscuidad,
las enfermedades,
y el vicio".















V.

Mil quinientos cincuenta y tres.
Se abre el primer hospital de la ciudad.
En camas de paja,
las monjas rezaron por el alma de los muertos.

Siete casuchas
abrazan la plaza Mayor a mediados del dieciséis.

Dicen que la aristocracia chilena
desciende de siete
españoles
que llegaron con Valdivia.

Sus hijos enceguecidos por el olvido
entierran,
el Santiago colonial,
en tumbas de melamina.
Se protegen del viento en mansiones pareadas.

¿Qué pasó con la gesta heroica, y el placer, del primer encuentro carnal
entre los conquistadores y las conquistadas, madres de todos los aristócratas que hoy colonizan los suburbios orientales del Mapocho?

La palabra melancolía
la inventó Patricio Montero Cabrera,
a cuyo encargo,
muero en esta ciudad.
El está enterrado en los pliegues iniciales del pubis cordillerano.


Mil quinientos setenta y cuatro.
El río tan chico y ruin
Provoca su primera avenida.
“Río tan caudaloso y recio
que daba a la cincha
a los buenos caballos”

Mil seiscientos nueve.
“El río hubo de destruir y asolado a muchas casas,
como es notorio”.
La estatua de San Saturnino
se incrusta en las espaldas de las mestizas.
Los santos nos protegen de la catástrofe.
Ahuyentan a los Huekufes.
Se reza el rosario en Mapudungun.
Se encienden velas en un Canelo.
Teillier recoge las migas de nuestra memoria y se las entrega
a una paloma con muletas.

1621.
Las aguas del río,
chico y ruin,
entraron por la calle de Santo Domingo,
mojando los pies de los curas y las monjas que oraban
por sus pecados.































VI.

El Mapocho es la columna vertebral
de la muerte en la ciudad.

Un mismo río,
es distintos ríos a la vez.
Desde lo alto del valle,
hasta lo mas bajo.

Lo más oscuro.

Arriba,
la ciudad civilizada.
Abajo,
la ciudad bárbara.

¿En qué vértebra está el corazón del Mapocho?
¿En qué paralelo de la memoria se encuentra el corazón de nuestra (mi) ciudad?
























VII.

Ahora
le toca a la tierra.
Con rabia,
Con rabia.
Espanto. Espanto.
Llanto y más llanto.

1647.
Terremoto en el Mapocho.

Reptan las lágrimas de barro
de los que quedaron sin nada.

"Parecía que los montes se daban batalla unos a otros,
Tembló con tanto estruendo, fuerza y movimiento que al punto que comenzó a temblar comenzaron a caer los edificios que se habían hecho en el discurso de más de cien años, y con notable sentimiento en toda la ciudad, ni en su jurisdicción no quedó ninguno, ni chico ni grande, que no se hubiese de habitar, después de remendado con grandísimo riesgo".

Se diluye el ser frente a la catástrofe.
El dolor de la soledad despierta con el vaivén.
Mil muertos son contados en la plaza de Armas.
Mil soledades florecen en el terremoto.

Pequeños.
Diminutos.
No lo podemos parar.
Nada lo hace terminar.
No hay final.

Los patricios ruegan por sus pecados.
Los indios engrillados rezan:
“con la ayuda de Dios yo entraré poderosamente contra vosotros,
y os haré la guerra por todas partes y maneras que yo pudiere,
y os sujetaré al yugo y obediencia de la iglesia y sus altezas..,
os haré todos los males y daños que pudiere,
como a vasallos que no obedecen ni quieren recibir a su señor
y les resisten y contradicen”.

Se encienden cebos de luz a la cruz de Mayo.
Se ven muchas fogatas en la Chimba,
en Guangualí.
La noche es de humo.
Olor a espino.
La tierra viaja por el aire,
le salieron alas al polvo.

Murmullándole al santísimo.
Un susurro bajito.
Silente.
Doliente,
sostiene al miedo y su volumen continental.

¿Cuántos muertos quedaron bajo el barro seco del adobe?
¿Dónde están enterrados esos huachos?
¿Dónde están?.

A los ahogados,
se los llevó el río.
Los guarda en el mar.
Agotado con la muerte decidió
Arrastrarlos hacia el pacífico.
Flotando hasta Llo-lleo.
Un general los mira pasar
Desde su ventana en Tejas Verdes.
Un martes de horror.

Pasan
las calas de mar.
Sin huesos.
Hinchadas.
Reventadas de silencio.












VIII.

En la siesta colonial
la muerte se acostó,
entre Santo Domingo y Catedral.
Aquel 21 de mayo de1676.
Muere sin aire
el obispo Diego de Humanzoro.

El primero de la iglesia de los pobres.
La de los ricos,
igual pascual.

“A los españoles que oprimen a los indios amonesto muy a menudo,
tanto en sermones públicos , como en coloquios privados, los opresores usan el falso pretexto del orden público, y en nombre de la providencia,
lo que es para su utilidad personal e insaciable avaricia. Pido a Dios que abra los ojos de las almas de los encomenderos cegados por la avaricia infernal”

Días antes de reposar
en algún lugar del templo escribió:
"Y llegarán las injusticias, por ser tan enormes, a provocar la indignación de Dios y su castigo eterno y temporal a los que, pudiendo, no ponen medios eficaces para el remedio de tan públicas e intolerables injusticias y tan graves y perniciosas ofensas,
a Dios nuestro Señor".

¿Dónde está el altar que lleva su nombre?
¿Dónde está la cruz que recuerda su dolor?

Teresa de los Andes.
Laurita Vicuña,
canonizadas por la iglesia de los ricos.

¿Qué pasó con el alma de Humanzoro?.

Con el filo de un cuchillo cartonero,
la estampa de Humanzoro,
se entierra en el culo de la cristiandad catedralicia.
La de las corbatas.
La de las blondas.
La de las manos sucias de la sangre de Joan Alsina.
José María Caro y Clotario Blest.

Una ciudad reza bajo los velos negros.
La culpa es la pastilla del olvido.

La iglesia no quiere recordar.
El capitán Caravéz,
se vistió de encomendero
el 17 de septiembre de 1973.
Dirigió el plomo
que se incrustó en el corazón de Joan Alsina.

La ciudad de los vivos, entierra a sus muertos por turno.

El demonio deposita sus heces
en las manos de las damas herederas.
El demonio moldea con su semen,
las criptas de los caballeros enterrados a los pies de San Francisco con la Cañada.
En las Agustinas.
En los Mercedarios.
San Ignacio.
Los Dominicos.

El primer Congreso Nacional
se levantó sobre las tumbas ignacianas,
después de una noche iluminada con lenguas de fuego.
2000 mujeres murieron abrazadas por las llamas de San Ignacio.

¿Qué pecado cometieron?

Días después
Se fundó la primera compañía de bomberos de Santiago.

1730.
de la manito de la muerte
regresa la catástrofe.

1783.
desfila
por segunda vez,
la muerte con los muertos,
iluminada por las velas de la cruz de Mayo.
Los angelitos regresan al cielo
Vestidos de blanco y encaje:
"ya se fue para los cielos
este querido angelito,
a rogar por sus abuelos
por su madre y hermanitos,
cuando se muere la carne
el alma va derechito".


Mil ochocientos cinco.
Se abre el cementerio la Pampilla,
a seis cuadras al sur de la Cañada.
Calle matanzas,
hoy Santa Rosa.

Los muertos parten de viaje.
Necesitan vacaciones.
En las veredas de Santa Isabel,
bajo una automotora oriental,
Cerca de la torre de “los Diez”
Que
En 1905,
Daba luz y sombra a
Magallanes Moure,
Augusto Dalmar,
Juan Francisco González.

Sus rejas siempre están cerradas.

















IX.

Primero de abril de 1811.
Los soldados del rey se toman la plaza de armas.
Los vinos están frescos.
En medio de la borrachera, viejas orantes escuchan disparos,
desde el púlpito de la catedral.
La revuelta viene del río.
Tomás Figueroa es detenido.
Condenado a muerte, por defender la honra del rey.
Es colgado en la plaza mayor.

Su cuerpo se quedó solitario la primera noche.
Soldados borrachos, escupieron sus pies durante la fiesta.
El polvo se levantó en busca de aire.

¿Dónde está enterrada la fidelidad de Figueroa?

Los prisioneros de la ciudad,
viven detrás del cabildo.
A dos cuadras al sur del Mapocho.
Detrás de la iglesia de Santo Domingo.
las paredes de sus celdas se abren y piden limosna para comer.
Con las palmas abiertas esperan una papa cocida.




















X.

Balmaceda se tritura su cráneo, con un tiro de soledad.
La ciudad es sitiada por las ordas victoriosas.
Las herraduras de los caballos golpean las escaleras de mármol.
Roban muebles.
Cuelgan a los balmacedistas en los postes del primer alumbrado público.

El río ya está encajonado.

Damas y caballeros,
pasean por un parque francés,
soñando vivir
o morir en París.

En el cajón lítico del río,
los pobres se arrojan piedras.
Se pelean un pedazo de orilla.
En cada fiesta mechona,
se repite el rito.

La muerte se hizo republicana
en septiembre de 1818.
(la sotana vaticana no reconoció la libertad.)

O”higgins abre un cementerio
en la Chimba,
para que los rotos tengan despedida.

El Vaticano nada sabe de la muerte en Santiago.

Cementerio general al final de avenida la Paz.

A dos cuadras de la morgue,
el mismo edificio que recibió los cuerpos de Alsina,
Natino
y Parada.

Las viudas hacen fila
en las puertas del Instituto médico legal.

Por la calle de la Paz,
las rozas despidieron José María Caro.

El mismo camino seguirá
el cuerpo de Silva Henríquez.

Los funcionarios del cementerio
se ganan la vida
congelando
el silencio,
en el mármol de los caídos.

“Padre que estás en el cielo
ruega por nosotros
los pecadores”.
































XI.

Las piedras del río,
se bajaron del San Cristóbal.
una a una,
espalda a espalda.
Los presos de la ciudad
Los mismos condenados de siempre.
Los bárbaros de Vicuña Mackenna.

Año
Tras
año,
las aguas del Mapocho,
moldean nuestra memoria.

¿Qué secretos esconden las ranuras que separan la piedra de la piedra?
¿Qué enterrados objetos guarda, en santo secreto, el suelo de esta herida de Santiago?

Río,
al revés,
reza oir.

Esta es la historia escondida en los liceos.
Nunca nos contaron la verdad.
Nuestros padres callaron.
Son cómplices, de este pedazo de memoria que nadie quiere contar.

La lengua olvidada.
La que enrojece el maquillaje.
Esa que silencia los domingos a medio día.
Ese hablar bajito, que no se note.
El susurro aplastado de la verdad.
La verdadera y pura verdad.









XII.

En las calles mueren
borrachos,
los viejos del saco.
El río,
ataúd de los sin casa.
La chusma inconsciente de Alessandri Palma.

San José,
San Borja,
San Juan de Dios,
San Salvador,
Son los hospitales de la despedida.

¿Dónde están enterradas las mujeres del río?
¿Qué figura geométrica arma la cartografía de los muertos en Santiago?.



























XIII.

Agosto de 1906.
La tierra se da vueltas en su cama.
70 muertos en la ciudad.
La cifra se cuadruplica en los barrios pobres.

Octubre de 1905.
el palacio de gobierno
es sitiado por el hambre.
250 muertos recorren avenida la Paz en busca de silencio.
La semana roja.
La huelga de la carne.

“Mujeres de rostros doloridos
de algodonosos pechos pesadamente saltones,
de doblegados moños,
con los pequeños a rastra,
marchando,
hablando,
gesticulando,
eran como extraños animales desnutridos,
buscando una razón de vida”

1932
25 niños mueren
Por cada 1000 nacidos.
Tifus exantemático.
Hepatitis transmitida por los piojos.
Cólera transmitida por la pobreza.

Mil novecientos veinte.
Areneros del puente Bulnes.
Orines.
Excrementos.
Basuras podridas, arman la geografía del Mapocho.

La herida de la sangre se funde con trozos de semen podrido.
Materia fecal.
Ese olor,
el olor del pútrido aroma de la soledad.

Septiembre.
El mes de mi padre.

En los septiembres de cada año,
Sesenta jóvenes
Son fusilados
En el seguro obrero.
Minutos antes
Cayeron en el frontis de la Universidad de Chile.
Los fascistas también tienen héroes que recordar.

47 años antes muere de nuevo Balmaceda.

El Mapocho
Marca el viaje
De los vivos que entierran a sus muertos.
El límite de la desaparición.
La frontera entre la ciudad de los vivos y de los muertos.

Varias mujeres
buscan a sus hijos en el patio 29.

Comprar claveles en la Paz.
Tomar pipero en la piojera.
Escuchar a un hombre llorar de puro miedo a la vida.

En esta puta ciudad
la vida termina en el norte.


















XIV.

El cauce del río sirvió de cauce para la protesta.

Allende
Con 23 soldados armados
Defiende
Desde temprano,
El palacio presidencial.
Habló por citófono,
con los militares rebeldes parapetados al frente en el edificio de defensa.
Confirmó la traición que lo rodeaba.
Tomó aire.
Se puso su armadura.
Cargó su esperanza y decidió
Combatir hasta el final.
Pagaré con mi vida la lealtad del pueblo.
La confianza que depositaron en un hombre que sólo fue intérprete de grandes anhelos de justicia
Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pasa el hombre libre para construir una sociedad mejor

El primer proyectil cayó sobre el patio de invierno.
A nueve días de la primavera.
Otros reventaron la Moneda en una fotografía en blanco y negro,
Que reposa en las suites
De los generales en jefe,
Que dirigieron la muerte en Santiago.

Ocho meses después
El Mapocho
El puente Bulnes,
Reciben la bendición
Del cura Alsina
Que vestido de huarpe hundió su sotana en el lodo del río.

“Apilados nos llevaron hasta un lugar que parecía un basural y además corría agua, dándome cuenta, en ese momento, que era el río Mapocho a la altura del puente Bulnes o mejor dicho, dónde esta el puente Bulnes. Sin atar nuestras manos, nos bajaron al río. Nos manifestaron que nos detuviéramos donde estaba el basural y el capitán al mando (el capitán Carávez) ordenó a los funcionarios de Carabineros “mátenlos”, y el carabinero de puente Alto al cual ubicaba con el nombre de “chino” y de apellido “Rios” , nos manifestó, o mejor dicho nos gritó “arranquen” pero no nos dejaron tiempo para esto último sino que de inmediato nos comenzaron a disparar con sus metralletas , a medida de que éramos heridos caíamos al lecho del río. Yo recibí cuatro balazos en mi cuerpo, uno en la rodilla izquierda con salida en la parte del muslo cerca de la pantorrilla, el otro cerca de la columna también con salida, el otro en el brazo derecho también son salida, y la última en la parte del hombro derecho con salida cerca de “la paleta”. Debido a las heridas que recibí también caí al lecho del río sintiendo fuertes dolores debido a los balazos que recibí a menos de tres metros de distancia. Algunos de nosotros quedamos cerca del río, pero otros en la parte del basural ya que no alcanzaron a arrancar como ellos nos manifestaron. Como algunos de los heridos se comenzaron a quejar del dolor, dos carabineros bajaron y con sus metralletas repasaron a los heridos los cuales ya no se volvieron a quejar. Yo quedé boca arriba, cerca de los muertos, sin quejarme, ya que de eso dependía mi vida, o sea, el de que “comerme mis dolores”. Un carabinero se me acercó y me pegó una fuerte patada en mis costillas, pero no me quejé, y con el mismo pié me dio vuelta y al parecer como vio mis heridas desgarradas y como sangraba bastante “no me remató”, como lo hizo con los otros. Esto debe haber durado unos quince minutos. Luego esperé que el jeep se fuera y cuando lo hicieron como pude arrastrándome logré llegar a una población donde me prestaron ayuda. Luego perdí el conocimiento y desperté cuando ya estaba en la posta tres. El hecho ocurrió un día Sábado y desperté un día Martes”.

Calle Santa Fe.
Gran avenida.
Un cinco de octubre del setenta y cuatro,
Miguel Enríquez,
Es encerrado por sus captores:
Klasnof, Contreras y Romo,
Entierran su resentimiento en el alma de la rebeldía.

Horas después,
Guillermo Nuñez,
Es detenido en el “palacio de la risa”
durante meses estuvo ciego y paralítico,
usando sus pinceles como linterna,
resistió a la ceguera.

Cuatro años después,
Sergio Fernández,
José Piñera,
Jovino Novoa,
Francisco Bartolucci,
Ignacio Astete y
Juan Antonio Coloma,
encienden antorchas en Chacarillas, jurando lealtad a Augusto Ramón Pinochet Ugarte.

“Jóvenes chilenos: la posibilidad de materializar íntegramente este plan está sujeta a la condición de que el país siga presentando los signos positivos que nos han permitido avanzar hasta la fecha.
Para ello se requiere indispensablemente el concurso patriótico de toda la ciudadanía y, muy especialmente, el idealismo generoso de la juventud, que debe encender de mística nuestro camino hacia el futuro.
No ignoro que se levantarán muchos escollos, ambiciones y personalismos, que de mil maneras pretenderán impedir nuestra marcha, y hacernos volver hacia atrás, donde sólo nos esperaría la penumbra de la esclavitud. Pero estoy seguro de que la luz que emerge al final de nuestra ruta será siempre más fuerte, más luminosa y, por encima de todo, confío plenamente en Dios, en el pueblo de Chile y en nuestras Fuerzas Armadas y de Orden que, con patriotismo, hoy guían sus destinos.
Mis queridos jóvenes, el futuro de Chile está en vosotros, cuya grandeza estamos labrando.”

En el invierno del ochenta,
Roger Vergara,
El coronel de los secretos,
Es acribillado en la calle Manuel Montt.
Después de la primavera,
cae Roberto Rojas.
Lloraron sus restos,
en Renca,
las lágrimas de Patria y libertad.
Las mismas del Seguro Obrero.

En los ochenta,
La muerte,
escondida en el toque de queda,
a balazos se enciende de noche.

Miedosa,
se escondió,
se escapó,
desapareció,
en manos de los nuevos inventores de la soledad.

A nuestro padre que estás en el cielo,
santificándote estamos,
a cada rato,
en cada instante.
Bendito eres,
entre las mujeres,
que tocan tu cuerpo.
Santificados los muertos de la ciudad.
Vengamos tu reino
con cruces y espadas,
haciendo tu voluntad
en el río y en las calles del frío invierno.

Mucho más
Muchos menos,
Habitando muertos
La ciudad,
Se levantaron a las seis
A tomar la micro,
Hacia el trabajo.
Rodeados de un silencio primo de la estupidez.
El olvido disfrazó a Villa Grimaldi,
A Borgoño,
A Mackenna,
Al estadio nacional,
El estadio Chile,
La rotonda Departamental,
El puente Bulnes,
El seguro obrero,
Y la memoria de los muertos
En su nicho santiaguino.

La historia sigue su curso.
Como siempre,
Impávida,
Perpleja.

Como siempre lo hizo.
Como siempre lo hace.
Como siempre lo hará.

Pinochet – Chicho.
Chicho – Pinochet,
Como la nombrara
Munizaga,
Son la misma gueá.

Ahora y en la hora,
de nuestros cuerpos,
siempre muertos de muerte

Amén.

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